Compañía gatuna

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–  Alberto Sala Mestres

Tengo un amigo que viaja con frecuencia al Japón y se aloja casi siempre en un mismo hotel de la capital que, con el paso de tiempo, lo considera como su segunda residencia.

La ciudad de Tokio, me cuenta, es la más poblada del mundo con 13,2 millones de habitantes según indican datos demográficos recientes, seguida de México D.F. que cuenta con 8,9 millones de habitantes y Nueva York que alcanzó un récord histórico al superar los 8,3 millones. Pero lo que caracteriza a la capital japonesa es su densidad de población, que supera las 14,000 personas por kilómetro cuadrado en una superficie total de 2,188 kilómetros cuadrados (540 acres).

La aglomeración de personas en un espacio limitado impone un estilo de vida peculiar que supone, entre otras cosas, la utilización masiva de los transportes públicos, viviendas de espacio reducido, deterioro medioambiental y, en especial, trastornos del comportamiento debido sobre todo a la frecuente incomunicación que, en el caso de los japoneses, es una norma habitual en su estilo de vida laboral y social.

Una curiosidad de Tokio, me explica, es la existencia de los denominados cat’s cafe donde las personas pueden combatir su soledad y la falta de espacio en casa jugando por horas con gatos, evidentemente mediante el pago de una tarifa  ( véase en Internet http://www.youtube.com/watch?v=dF_DRxlZXBw ).

Al parecer, le contesto, siguiendo el modelo japonés estos peculiares locales se están estableciendo en ciudades europeas como París y Viena, e incluso existe uno en Calgary (Canadá).  ¿Es un fenómeno de soledad, falta de espacio, necesidad de compañía de una mascota sin obligación alguna, o una variante del egoísmo).

Es cierto que existen terapias y actividades asistidas con animales ( véase en Internet http://www.youtube.com/watch?v=ks14QG8Hl4s ) pero la comercialización de esa compañía felina exclusivamente con fines lúdicos no cumple el mismo objetivo, y tendríamos que valorar entonces la necesidad de comunicación del ser humano como una motivación importante para acudir a un «café de gatos».

Hago un paréntesis para indicar que la soledad no es equiparable al silencio.  Alfredo Morales fsc en su artículo La belleza del silencio, publicado en la versión impresa de Cuadernos de Pozos Dulces (número 21, junio de 2005), reflexiona sobre el tema y nos indica que  «… El ruido ha sustituido al silencio creador, contemplativo, y está imposibilitanto el reencuentro de uno mismo con su centro interior, y con ello el acceso al misterio de la propia persona, del prójimo, e incluso de Dios.  Una persona atrapada en el vértigo del ruido y de la palabra vana es como un teléfono siempre ocupado, con el que no se puede conectar.  Pero el ritmo humano y humanizador entre silencio y palabra no puede ser impuesto ni reglamentado, sino discernido y acogido:  hay un tiempo para hablar, y un tiempo para callar«.

Pero en realidad ¿estamos tan solos como podríamos pensar que estamos?  Al nacer, el ser humano tiene la compañía inmediata de su madre y los cuidados de quienes le asisten.  A su vez, la mayoría de las personas fallece en un entorno que le es familiar, muchas con el consuelo de la religión que profesan y algunas apretando la calidez de la mano que les despide.

Los expertos afirman que cuando se está produciendo la denominada «muerte cerebral» nuestra mente recorre velozmente los acontecimientos más importantes de la vida, como una película que nos dice adiós.  No es cierto que morimos solos; lo hacemos con el recuerdo de nuestras vivencias en compañía de otros.

Estamos todavía a tiempo de que esa historia personal sea más gratificante intentando estar más cerca de los demás.  No hay que ir muy lejos.  En nuestro propio entorno encontraremos personas que necesitan nuestra solidaridad, la cercanía que ofrece la comprensión, la palabra amable, una opinión sobre el tema que les preocupa, el comentario puntual o el ofrecimiento generoso de compartir conocimientos y aptitudes. No se trata de dinero sino de presencia y nos enriquecemos así de otra manera, añadiendo secuencias válidas a la «película» de nuestra vida.

Para los católicos, en la Eucaristía existe un momento preciso de encuentro con los demás, cuando el sacerdote oficiante invita a los fieles a «darse la paz».  Es una ocasión muy especial de la liturgia, que habría que valorarla desde la fraternidad y la unión de oraciones. 

Al inicio de 2014, queremos desde Cuadernos de Pozos Dulces desearle lo mejor a todos nuestros lectores.  Siguiendo la citada liturgia les  damos la paz  con un apretón de manos virtual,  ofreciéndoles nuestro compromiso de intentar que aparezcan en la pantalla de su «personal computer» artículos y autores que sean amenos e interesantes.

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