– Patricia Ramírez
Es indiscutible la relación estrecha y dependiente que existe entre nuestra psique, emociones, conductas y la salud física. Se influyen y afectan de forma bidireccional. Situaciones como el dolor crónico, la falta de trabajo, una ruptura sentimental, hacer cola en el banco o el mismo tráfico generan en nosotros pensamientos negativos, incluso catastróficos: «Estoy harto, no puedo más», «Este dolor me limita y no puedo hacer nada, se me quitan hasta las ganas de vivir», y un largo etc. La mente puede ser nuestra principal aliada, pero también nuestra mayor rival.
Las personas suelen culpar y maldecir al entorno, a lo que ocurre a su alrededor, porque lo identifican como el causante de su malestar y sufrimiento. Pero ¿lo de fuera le genera malestar, o son sus interpretaciones sobre lo que ocurre a su alrededor lo que condiciona sus emociones?
Lo que pensamos influye en nuestros comportamientos y emociones. Muchas personas dicen que tienen la cabeza como una lavadora: ideas, miedos, discursos aterradores, pensamientos que no paran de dar vueltas en la mente. Se sienten atrapados entre palabras, incapaces de pararlas o no prestarles atención. Hay personas que odian relacionarse consigo mismas porque lo que «su mente les dice» les causa una angustia tremenda.
Ahí van dos buenas noticias: La primera: la persona es en gran parte responsable de lo que siente. No es el entorno el que le genera ansiedad, sino la interpretación que hace del entorno. Esto responsabiliza y también permite controlar y actuar sobre lo que se siente. Muchos querrían desligarse del todo y seguir echando la culpa de su malestar a la sociedad y a lo mal que está todo. Pero esta opción debilita y deja sin recursos.
La segunda buena noticia es que puede modificar su estilo cognitivo en el momento en que decida entrenar otra forma de pensar. Cientos de miles de personas consiguen preparar y acabar un maratón a pesar de lo dura que es esta prueba. Pero cuando hablamos de modificar lo relacionado con la psique, lo asociamos siempre a dificultad, a falta de fuerza de voluntad y a nuestra forma de ser, y cuestionamos la posibilidad de cambio.
Siga estos consejos para poner el pensamiento a raya.
Olvide la idea de convertirse en una persona superpositiva y superoptimista. El mundo no es de color de rosa, pero tampoco un lugar negro y hostil. Se trata de buscar la utilidad de lo que piensa. Los pensamientos y las emociones son útiles cuando nos permiten resolver lo que nos preocupa e inútiles cuando no podemos hacer nada por aliviarnos. Confíe y delegue, y permita que al hacerlo los demás actúen con autonomía. El exceso de control genera ansiedad. Cuando delegue aquello de lo que no puede responsabilizarse, imagine un interruptor en la mente y desconecte cada vez que aparezca de nuevo la preocupación. Dejar de prestar atención a lo inútil no es irresponsable. Todo lo contrario, permite que esté en el presente.
Escriba. No se trata de desconfiar de la memoria, pero para facilitar el cambio de pensamiento necesita adquirir el hábito de escribir aquello que desea pensar. Escribir es una conducta organizada y facilita el aprendizaje. ¿Recuerda cómo aprendió a hacerlo sin faltas de ortografía? A base de repetición. El maestro le detectaba una falta y entonces repetía lo correcto en su cuaderno diez o doce veces. No aprendió a escribir correctamente simplemente pensando en que tenía que hacerlo. Necesitó un proceso. El mismo que requiere ahora para modificar su estilo cognitivo.
Deje de rumiar. Dar muchas vueltas a sus preocupaciones es el problema, no la solución. Nuestro cerebro no se apacigua dándole vueltas a ideas no controlables. En lugar de dar tantas vueltas, piense en soluciones. Pensar siempre es sumar.
Acepte lo que no dependa de usted. Los discursos internos relacionados con lo injusta que es la vida, y con lo que no se merece pero le ha tocado, solo le llevan a sentirse desgraciado. Todos hemos vivido alguna vez el lado injusto de la vida, que tiene problemas pero también momentos maravillosos, y no hay que pensar más en lo que no funciona que en lo que va bien. Acepte. Aceptar no es resignarse.
Quite valor a lo que no lo tiene. Si cada preocupación se convierte en una batalla personal, estará combatiendo día y noche. Usted y su escala de valores son los que deben decidir si es importante o no. Tendemos a ver todo de forma mucho más catastrófica. Las noches son para dormir, no para resolver dilemas.
Anticipar lo que puede ocurrir de forma negativa no le protege. Muchas veces anticipamos lo que no depende de nosotros. Muchos de sus miedos versan sobre un futuro que no va a suceder. Al final, no todo termina saliendo bien, pero sí es cierto que no es tan trágico como había pronosticado. El miedo anticipatorio solo aumenta su nivel de ansiedad y preocupación.
Ríase de lo que piensa. ¡Qué absurdas nos parecen algunas de las ideas que hemos tenido! Pruebe a ver la parte cómica de ellas desde el presente. Apreciar el lado humorístico le confiere control sobre sus preocupaciones y emociones. El humor también requiere entrenamiento. No lo descarte por no ser hábil ni ágil con él. Vea películas cuyos protagonistas desarrollen ese sentido, hable con personas que se ríen de sí mismas, y comprobará que pronto se le contagia.
No tenga conversaciones absurdas con sus pensamientos. No se enrede con ellos. Sus pensamientos negativos son rabietas que buscan su atención, y como se siente angustiado se la presta. Contémplelos como si no fuera con usted. Lo que habla en su favor son sus actos, no lo que piensa. Déjelos estar en su mente, como quien acepta un lunar en el brazo. Si no los escucha, dejarán de darle la lata.
Recuerde… no se puede «no tener pensamientos» por mucho que le atormenten. Lo que sí se puede es elegir otros. La vida es elegir: se puede elegir ser una víctima o cualquier otra cosa que una persona se proponga.
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